4/11/13

Teoremas Filosóficos.



¿Qué es filosofía? Un veredicto del que ni siquiera se ponen de acuerdo los propios filósofos.
 
Esta complejidad radica en sistemáticas diferentes y en la finalidad de la materia, que cuando dificultosamente alcanza llegar a la verdad, deja de ser sí misma para transformarse en la ciencia del campo que le ofrece la respuesta a la pregunta que se hizo. Por tanto, se puede considerar a la filosofía como la madre de todas las ciencias, pero no una ciencia en sí misma dado que se ocupa del saber y un saber nunca es del todo correcto, pues de serlo, pasa a ser principio científico.
Lo que genera una trifulca irresoluta, pues para algunos filósofos debe valorarse como una modalidad constructiva, mientras que para otros su quintaesencia es la de ser destructiva. Para un grupúsculo de la comunidad filosófica, su sentido real se basa primordialmente en focalizar preguntas, en tanto que para otra parte de la comunidad, carece de sentido plantear dudas a las que no ofrecer respuestas, en consecuencia la filosofía no debe cimentarse en plantear interrogantes, si no en proponer resoluciones.

En tal mixtura, de lo poco que se puede afirmar, es que la filosofía es un campo tan amplio como complejo y abstracto, que al intentar definirlo lo que se consigue es desprestigiarlo.

Ni tan sólo en su sentido etimológico existe consenso, pues la filosofía proviene de dos vocablos griegos; Philos-amor y Sophia-sabiduría, por ende la traducción del término compuesto equivale a “amor a la sabiduría”, pero existen filósofos que rehúsan a que el concepto del deseo por el saber, represente la definición de filosofía, pues el procurarse conocimientos puede ser de cualquier índole que perfectamente puedan estar desvinculados de la filosofía.

Así pues, a falta de convenio en su descripción, cada cual puede otorgarle la que crea más acertada.
Personalmente, me gusta determinarla como "el arte del pensamiento” a modo de interpretación sesgada o “la búsqueda de la verdad” como definición más completa, indagación que dispone del intelecto como único medio.


Sea cual sea la apreciación que se le de, el filósofo debe contar por encima de todo con un cometido que supera a cualquier otro, de hecho es la única auto-imposición que ha de adquirir para no difamar su ocupación, una sola obligación básica a la que no faltar; el compromiso con la verdad.
Cuando un filósofo no detenta este deber o rescinde conscientemente del mismo tendiendo a preservar su razón en lugar de a aproximarse a la verdad, se convierte en su némesis, el sofista, su antagonista.
Por otro lado, un filósofo que no profundiza en la realidad con el objeto de descubrir la verdad, pasa a ser un escritor de planteamientos circundantes, pudiendo ser profundos, atrayentes e interesantes, pero que pese a filosofar en su procedimiento, no es digno de calificarse como filósofo.


Mostrada la capital disimilitud entre el filósofo (el buscador de la verdad) con el sofista (instaurador de su razón, generalmente con notables dotes dialécticas), sería clarificador discernir entre un filósofo y un pensador.

Pensadores somos todos, cualquier humano con capacidad de raciocinio piensa, lo que distingue al pensador del filósofo es que éste primero no busca la verdad hasta que agota todos sus recursos. El pensador no suele desestructurar las realidades que le son dadas en busca de su sentido último, conformándose generalmente al llegar a la respuesta que estime como válida. Por el contrario el filósofo analiza con un pensamiento más riguroso y profundo, sopesando todas las variables que le sean posibles, yendo más allá de la conclusión que valore aceptable hasta consumir todas las opciones que le provea su capacidad, tomando como respuesta, la solución que le parezca la más próxima a la verdad o considere la verdadera. Ahondando en ella, nunca llegará a sentenciarla como indudable, pues lo indiscutible son estimaciones propias del pensador, mientras que el filósofo debe de estar siempre abierto a la duda.
Donde el pensador parte de bases que le son prestablecidas, el filósofo no ocupa ninguna premisa, tomando como punto de partida la incertidumbre, donde todo le es cuestionable.

En su día a día, el filósofo debe de elegir cuando estar presente en la vida y cuando estar inmerso en sus pensamientos, decidir cuando una situación va a ser reflexiva, contemplativa o existencialista, por contra, la filosofía oriental nos indica que la naturaleza de las cosas se revela por sí misma, si se precede a poseer una mente aséptica.
Pese a una metodología tan distinta como distante, se han dado filósofos occidentales de pensamiento señaladamente oriental y a la inversa en menor medida, donde estos pensadores procedían a la intensificación intelectual por su camino hacia la verdad.
Mientras en oriente, un filósofo 'raso' es venerado, en occidente son contemplados con cierta reticencia, como personas enrarecidas que mantienen su cabeza en las nubes, cuando si en algo ambas filosofías se dan la mano, es en que el filósofo debe de ser el mayor observador de la realidad que exista, destacando en oriente la importancia del estar en el presente en el aquí y el ahora o su trabajo y mentalidad serán ineficientes.
Aun en su centrada actividad, las neurociencias formales confirman que cualquier ser humano sólo es capaz de captar un porcentaje de la realidad, a su vez, gran parte de esa información percibida es desechada y, según manifiesta verazmente la psicología, a la fracción resultante que es absorbida se le aplica el filtro de nuestra propia subjetividad.
Encontrándose la información real que logramos captar cubierta por opiniones, juicios, recuerdos, referencias, etc. Por contrarrestar esta parcialidad en la medida en la que le sea viable, una de las labores del filósofo es mantener la mente clara con las menores implicaciones posibles en parámetros mentales, para que con una reducción de pensamientos conscientes, facilite la no obstaculización en la percepción de la realidad al estar el entendimiento menos ocupado y disperso en sus planteamientos.
El siguiente paso del filósofo es que su propio filtro subjetivo que se ha de adherir, sea de lo más deconstruido que haya podido lograr en pos de que la objetividad impere en la máxima medida que le sea realizable.

Sin embargo, la imagen de persona atontada, con la cabeza en otro sitio que se le atribuye al filósofo occidental, en cierta parte sí que puede ser acertada, pues un hombre que se pasa bastantes horas al día en profunda reflexión de forma cotidiana, es propenso a caer en los dinamismos a los que está acostumbrado, por lo que de no disponer de una mente disciplinada, pasa a abstraerse en sus pensamientos momentáneamente cuando las circunstancias no eran la propicias para ese propósito.
A tal adversidad la filosofía oriental con un procedimiento tan dispar, se vuelve un complemento tan necesario. Aunque la comunidad filosófica de occidente siempre la haya desaprobado al no entrar en sus cánones, no deja de ser uno de los pilares elementales para que el filósofo sea consciente de la importancia de cómo ha de encontrarse en el momento presente y en que antes de filosofar, se ha de tener limpia la mente.

Así por infortunio las enseñanzas de los filósofos orientales no se imparten en el sistema educativo, aunque situando al margen esta exclusión en la docencia, tal y como se transmite en institutos y universidades, la filosofía occidental se devalúa a sí misma.
Ya que no se muestra como la herramienta para desarrollar el pensamiento propio que es su principal razón de ser, sino que únicamente se imparte cultura filosófica.
Instruyendo en quienes han sido los principales héroes del pensamiento a lo largo de la historia y cuales han sido sus estudios cardinales, en unas simplificaciones de sus trabajos que disuelven la grandeza de sus reflexiones en los extractos de sus reconocidas obras.

A los alumnos se les insta a estudiar y comprender esas síntesis, por lo que les supone un reto intelectual a la hora de asimilar la complejidad y la agudeza de estos célebres autores, aunque reduciendo la materia a esto, sólo filosofan lo que filosofaron otros para intentar entenderlos, pero no filosofan para sí mismos, sino a través de proposiciones ajenas para entender filosofías externas.
Por tanto, en nuestro sistema educativo no se alecciona a los estudiantes a pensar por sí solos, por el contrario se les procura que reflexionen sobre lo que ya ha sido pensado.
Con esto obtenemos una noción popular de que la filosofía es una materia inútil, una asignatura donde sus máximos exponentes son ridiculizados en sus planteamientos que se presentan innecesarios, aburridos y enrevesados, sin evidenciar si quiera, la enorme brillantez intelectual que les suponía su descripción de la realidad, con el denodado ejercicio de raciocinio por hacerse las preguntas que no les encajaban, para darse sus propias soluciones.
Exponiendo la labor de estos altos intelectuales de la manera mas fútil.



Si bien por supuesto, yo no soy uno de ellos. Ni estoy cerca de serlo, ni tan sólo me considero filósofo sobre todo por el motivo de que no es mi profesión.
Lo que me impide estar largas jornadas diarias dedicándome exclusivamente al pensamiento, en ausencia de esta actividad mi capacidad intelectual no se encuentra explotada ni supera constantemente sus límites, así puede ser que alguna vez construya un mueble, pero eso no me convierte en carpintero.

Aunque he tenido ideas propias y originales, correspondientes a un filósofo (no obstante, filósofo mediocre) propiciadas principalmente en mi época de adolescente, donde ya no sólo se descubre el mundo como en la infancia, sino que se le somete a un mayor cuestionamiento.
Algunos de esos planteamientos filosóficos sin elaboración completa, me gustaría exponerlos por escrito y eso haré saltadamente en los siguientes artículos del blog, pese a que su calidad pueda ser de lo más controvertible.
A lo que habrá que sumarle, que el lenguaje a emplear será sencillo y en absoluto académico, lo que induce a rebajarlos de categoría pues con el argot técnico propio de la filosofía en una exposición de ideas o reflexiones, las representarían bastante mejor engalanadas.
Así pues, correré el riesgo de vilipendiarme a mí mismo, ya que el lector en general no repara en el ingenio necesario para dar una respuesta hasta el momento inexistente, con el empeño de que sea un dictamen en dirección a la verdad o de verdad misma.
A lo que habrá que añadirle, la aparente simplicidad plena de los planteamientos, lo que en desenlace va a dejarme en muy mal lugar, pero es algo que no me preocupa y siempre poder alegar en autodefensa; ¿Alguna vez, le dio alcance algún interrogante para el que no existe contestación? ¿O disconforme con una sentencia procuró una réplica más certera que jamás haya sido formulada?

Si responde a estas preguntas con una negativa, es que usted nunca pensó por sí mismo, basando su raciocinio en los juicios que ya habían establecidos otros y sus resoluciones dependen de una amalgama de planteamientos ajenos. Y si la contestación es que no obtuvo un argumento más acertado que el prexistente, es que o bien usted nunca se planteó algo que no fuera axiomático o fue incapaz de ir más allá de una inexactitud. Pero al menos filosofó, que ya es bastante.

Por mi parte, ni me desdeño ni puedo adularme, pues no describo la esencia de la realidad como hacen los grandes filósofos, sólo me he detenido en cuestiones cotidianas que me han resultado curiosas.


Finalizando en la conclusión de este tostón; La filosofía nos ejercita en la libertad de la pregunta y nos invita a descubrir en nosotros mismos tanto el dilema, como la respuesta. Lo que nos traslada a dudar de lo que somos y lo que nos rodea, en un cauce que nos vuelve más humanos al conducirnos tanto al conocimiento del mundo del hombre, como al auto-conocimiento. Demandándonos a comprender los planteamientos, como sus salidas, así como el que cuestiona, en la búsqueda sinfín de lo real de la realidad.





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